lunes, 30 de noviembre de 2009

[ Confesiones ]


A la luz del sol, Edward resultaba chocante. No me hubiera acostumbrado ni aunque le hubiera estado mirando toda la tarde. A pesar de un tenue tubor, producido a raíz de su salida de caza durante la tarde del día anterior, su piel centelleaba literalmente como si tuviera miles de nimios de diamantes incrustados en ella. Yacía completamente inmóvil en la hierba, con la camiseta abierta sobre su escultural pechi incandescente y los brazos desnudos centelleando al sol. Mantenía cerrados los deslumbrantes párpados de suave azul lavanda, aunque no dormía, por supuesto. Parecía una estatua perfecta, tallada en algún tipo de piedra ignota, lisa como el mármol, reluciente como el cristal.

Movía los labios de vez en cuando con tal rapidez que parecían temblar, pero me dijo que estaba cantando para sí mismo cuando le pregunté al respecto. Lo hacía en voz demasiado baja para que le oyera.

También yo disfruté del sol, aunque el aire no era lo bastante seco para mi gusto. Me hubiera gustado recostarme como él y dejar que el sol bañara mi cara, pero permanecí aovillada, con el mentón descansando sobre las rodillas, poco dispuesta a apartar la vista de él. Soplaba una brisa suave que enredaba mis cabellos y alborotaba la hierba que se mecía alrededor de su figura inmóvil.

La pradera, que en un principio me había parecido espectacular, palidecía al lado de la magnidicencia de Edward.

Siempre con miedo, incluso ahora, a que desapareciera como un espejismo demasiado hermoso para ser real, extendí un dedo con indecisión y acaricié el dorso de su mano reluciente, que descansaba sobre el césped al alcance de la mía. Otra vez me maravillé de la textura perfecta de suave satén, fría como la piedra. Cuando alcé la vista, había abierto los ojos y me miraba. Una rápida sonrisa curvó las comisuras de sus labios sin mácula.

- ¿No te asusto? - preguntó con despreocupación, aunque identifiqué una curiosidad real en el tono de su suave voz.

- No más que de costumbre.

Su sonrisa se hizo más amplia y sus dientes refulgieron al sol.

Poco a poco, me acerqué más y extendí toda la mano para trazar los contornos de su antebrazo con las yemas de los dedos. Contemplé el temblor de mis dedos y supe que el detalle no le pasaría desapercibido.

- ¿Te molesta? - pregunté, ya que había vuelto a cerrar los ojos.

- No - respondió sin abrirlos -, no te puedes ni imaginar cómo se siente eso.

Suspiró.

Siguiendo el suave trazado de las venas azules del pliegue de su codo, mi mano avanzó con suavidad sobre los perfectos músculos de su brazo. Estiré la otra mano para darle la vuelta a la de Edward. A comprender mi pretensión, dio la vuelta a su mano con uno de esos desconcertantes y fulgurantes movimientos suyos. Esto me sobresaltó; mis dedos se paralizaron en su brazo por un breve segundo.

- Lo siento -murumuró. Le busqué con la vista a tiempo de verle cerrar los ojos de nuevo -. Contigo, resulta demasiado fácil ser yo mismo.

Alcé su mano y la volví a un lado y al otro mientras contemplaba el brillo del sol sobre la palma. La sostuve cerca de mi rostro en un intento de descubrir las facetas ocultas de su piel.

- Dime qué piensas -susurró. Al mirarle descubrí que me estaba observando con repentina atención -. Me sigue resultando extraño no saberlo.

- Bueno, ya sabes, el resto nos sentimos así todo el tiempo.

- Es una vida dura - ¿me imaginé el matiz de pesar en su voz? -. Aún no me has contestado.

- Deseaba poder saber qué pensabas tú - vacilé -- y ...

- ¿Y?

- Quería poder creer que eres real. Y deseaba no tener miedo.

- No quiero que estés asustada.

La voz de Edward era apenas un murmullo suave. Escuché lo que en realidad no podía decir sinceramente, que no debía tener miedo, que no había nada de qué asustarse.

- Bueno, no me refería exactamente a esa clase de miedo, aunque, sin duda, es algo sobre lo que debo pensar.

Se movió tan deprisa que ni lo vi. Se sentó en el suelo, apoyando sobre el brazo derecho, y con la mano izquierda aún en las mías. Su rostro angelical estaba a escasos centímetros del mío. Podría haber retrocedido, debería haberlo hecho, ante esa inesperada proximidad, pero era incapaz de moverme. Sus ojos dorados me habían hipnotizado.

- Entonces, ¿de qué tienes miedo? -murmuró mirándome con atención.

Pero no pude contestarle. Olí su gélida respiración en mi cara como sólo lo había hecho una vez. Me derretía ante ese aroma dulce y delicioso. De forma instintiva y sin pensar, me incliné más cerca para aspirarlo.

Entonces, Edward desapareció. Su mano se desasió de la mía y se colocó a seis metros de distancia en el tiempo que me llevó enfocar la vista. Permanecía en el borde de la pequeña pradera, a la oscura sombra de un abeto enorme. Me miraba fijamente con expresión inescrutable y los ojos oscuros ocultos por las sombras.

Sentí la herida y la conmoción en mi rostro. Me picaban las manos vacías.

- Lo ... lo siento, Edward -susurré. Sabía que podía escucharme.

- Concédeme un momento --replicó al volumem justo para que mis poco sensitivos oídos lo oyeran. Me senté totalmente inmóvil.

Después de diez segundos, increíblemente largos, regresó, lentamente tratándose de él. Se detuvo a pocos metros y se dejó caer ágilmente al suelo para luego entrecruzar las piernas, sin apartar sus ojos de los míos ni un segundo. Suspiró profundamente dos veces y luego me sonrió disculpándose.

- Lo siento mucho --vaciló -. ¿Comprenderías a qué me refiero si te dijera que sólo soy un hombre?

Asentí una sola vez, incapaz de reírle la gracia. La adrenalina corrió por mis venas conforme fui comprendiendo poco a poco el peligro. Desde su posición, él lo olió y su sonrisa se hizo burlona.

- Soy el mejor depredador del mundo, ¿no es cierto? Todo cuanto me rodea te invita a venir a mí: la voz, el rostro, incluso mi olor. ¡Como si los necesitase!

Se incorporó de forma inesperada, alejándose hasta perderse de vista para reaparecer detrás del mismo abeto de antes después de haber circunvalado la pradera en medio segundo.

- ¡Como si pudieras huir de mí!

Rió con amargura, extendió una mano y arrancó del tronco del abeto una rama de un poco más de medio metro de grosor sin esfuerzo alguno en medio de un chasquido estremecedor.

Con la misma mano, la hizo girar en el aire durante unos instantes y la arrojó a una velocidad de vértigo para estrellarla contra otro árbol enorme, que se agitó y tembló ante el golpe.

Y estuvo otra vez en frente de mí, a medio metro, inmóvil vomo una estatua.

- ¡Como si pudieras derrotarme! --dijo en voz baja.

Permanecí sentada sin moverme, temiéndolo como no lo había temido nunca. Nunca lo había visto tan completamente libre de esa fachada edificada con tanto cuidado. Nunca había sido menos humano ni más hermoso. Con el rostro ceniciento y los ojos abiertos como platos, estaba sentada como un pájaro atrapado por los ojos de la serpiente.

Un arrebato frenético parecía relucir en los adorables ojos de Edward. Luego, conforme pasaron los segundos, se apagaron y lentamente su expresión volvió a su antigua máscara de dolor.

- No temas --murmuró con voz aterciopelada e involuntariamente seductora --. Te prometo ... --vaciló -, te juro que no te haré daño.

Parecía más preocupado de converncerse a sí mismo que a mi.

- No temas -- repitió en un susurro mientras se acercaba con exagerada lentitud. Serpenteó con mivimientos deliberadamente lentos para sentarse hasta que nuestros rostros se encontraron a la misma altura, a treinta centímetros.

- Perdóname, por favor - pidió ceremoniosamente -. Puedo controlarme. Me has pillado desprevenido, pero ahora me comportaré mejor.

Esperó, pero yo todavía era incapaz de hablar.

- Hoy no tengo sed --me guiñó el ojo -. De verdad.

Ante eso, no me quedó otro remedio que reírme, aunque el sonido fue tembloroso y jadeante.

- ¿Estás bien? -preguntó tiernamente, extendiendo el brazo lenta y cuidadosamente para volver a poner su mano de mármol en la mía.

Miré primero su fría y lisa mano, luego, sus ojos, laxos, arrepentidos; y después, otra vez la mano. Entonces, pausadamente volví a seguir las líneas de su mano con las yemas de los dedos.

Alcé la vista y sonreí con timidez.

- Bueno, ¿por dónde íbamos antes de que me comportara con tanta rudeza? -preguntó con las amables cadencias de principios del siglo pasado.

- La verdad es que no lo recuerdo.

Sonrió, pero estaba avergonzado.

- Creo que estábamos hablando de por qué estabas asustada, además del motivo obvio.

- Ah, sí.

- ¿Y bien?

Miré su mano y recorrí sin rumbo fijo la lisa e iridiscente palma. Los segundos pasaban.

- ¡Con qué facilidad me frustro! -musitó.

Estudié sus ojos y de repente comprendí que todo aquello era casi tan nuevo para él como para mí. A él también le resultaba difícil a pesar de los muchos años de inconmesurable experiencia. Ese pensamiento me infundió coraje.

- Tengo miedo, además de por los motivos evidentes, porque no puedo estar contigo, y porque me gustaría estarlo más de lo que debería.

Mantuve los ojos fijos en sus manos mientras decía aquello en voz baja porque me resultaba difícil confesarlo.

- Sí --admitió lentamente -, es un motivo para estar asustado, desde luego. ¡Querer estar conmigo! En verdad, no te conviene nada.

- Lo sé. Supongo que podría intentar no desearlo, pero dudo que funcionara.

- Deseo ayudarte, de verdad que sí -no había el menor rastro de falsedad en sus ojos límpidos -. Debería haberme alejado hace mucho, debería hacerlo ahora, pero no sé si soy capaz.

- No quiero que te vayas -farfullé patéticamente, mirándolo fijamente hasta lograr que apartara la vista.

- Irme, eso es exactamente lo que debería hacer, pero no temas, soy una criatura esencialmente egoísta. Ansío demasiado tu compañía para hacer lo correcto.

- Me alegro.

- ¡No lo hagas! -retiró su mano, esta vez con mayor delicadeza. La voz de Edward era más áspera de lo habitual. Áspera para él, aunque más hermosa que cualquier voz humana. Resultaba difícil tratar con él, ya que sus continuos y repentinos cambios de humor siempre me producían desconcierto.

- ¡No es sólo tu compañía lo que anhelo! Nunca lo olvides.

Nunca olvides que soy más peligroso para ti de lo que soy para cualquier otra persona.

Enmudeció y le vi contemplar con ojos ausentes el bosque.

Medité sus palabras durante unos instantes.

- Creo que no comprendo exactamente a qué te refieres... Al menos la última parte.

Edward me miró de nuevo y sonrió con picardía. Su humor volvía a cambiar.

- ¿Cómo te explicaría? -musitó -. Y sin aterrorizarte de nuevo...

Volvió a poner su mano sobre la mía, al parecer de forma inconsciente, y la sujeté con fuerza entre las mías. Miró nuestras manos y suspiró.

- Esto es asombrosamente placentero... el calor.

Transcurrió un momento hasta que puso en orden sus ideas y continuó:

- Sabes que todos disfrutamos de diferentes sabores. Algunos prefieren el helado de chocolate y otros el de fresa.

Asentí.

- Lamento emplear la analogía de la comida, pero no se me ocurre otra forma de explicártelo.

Le dediqué una sonrisa y él me la devolvió con pesar.

- Verás, cada persona huele diferente, tiene una esencia distinta. Si encierras a un alcohólico en una habitación repleta de cerveza rancia, se la beberá alegremente, pero si ha superado el alcoholismo y lo desea, podría resistirse.

>>Supongamos ahora que ponemos en esa habitación una botella de brandy añejo, de cien años, el coñac más raro y exquisito y llenamos la habitación de su cálido aroma... En tal caso, ¿cómo crees que le iría?

Permanecimos sentados en silencio, mirándonos a los ojos el uno al otro en un intento de descifrarnos mutuamente el pensamiento.

Edward fue el primero en romper el silencio.

- Tal vez no sea la comparación adecuada. Puede que sea muy fácil rehusar al brandy. Quizás debería haber empleado un heroinómano en vez de un alcohólico para el ejemplo.

- Bueno, ¿estás diciendo que soy tu marca de heroína? -le pregunté para tomarle el pelo y animarle.

Sonrió de inmediato, pareciendo apreciar mi esfuerzo.

- Sí, tú eres exactamente mi marca de heroína.

- ¿Sucede eso con frecuencia?

Miró hacia las copas de los árboles mientras pensaba la respuesta.

- He hablado con mis hermanos al respecto -prosiguió con la vista fija en la lejanía -. Para Jasper, todo los humanos sois más de lo mismo. Él es el miembro más reciente de nuetra familia y ha de esforzarse mucho para conseguir una abstinencia completa. No ha dispuesto el tiempo para hacerse más sensible a las diferencias de olor, de sabor -súbitamente me miró con gesto de disculpa -. Lo siento.

- No me molesta. Por favor, no te preocupes por efenderme o asustarme o lo que sea... Es así como piensas. Te entiendo, o al menos puedo intentarlo. Explícate como mejor puedas.

- De modo que Jasper no está seguro de si alguna vez se ha cruzado con alguien tan... --Edward titubeó, en busca de la palabra adecuada -, tan apetecible como tú me resultas a mí.

Eso me hizo reflexionar mucho. Emmett es el que hace más tiempo que ha dejado de beber, por decirlo de alguna manera, y comprende lo que quiero decir. Dice que le sucedió dos veces, una con más intensidad que otra.

- ¿Y a ti?

- Jamás.

La palabra quedó flotando en la cálida brisa durante unos momentos.

- ¿Qué hizo Emmett? --le pregunté para romper el silencio.

Era la pregunta equivocada. Su rostro se ensombreció y sus manos se crisparon entre las mías. Aguardé, pero no me iba a contestar.

- Creo saberlo --dije al fin.

Alzó la vista. Tenía una expresión melancólica, suplicante.

- Hasta el más fuerte de nosotros recae en la bebida, ¿verdad?

- ¿Qué me pides? ¿Mi permiso? -mi voz sonó más mordaz de lo que pretendía. Intenté modular un tono más amable. Suponía que aquella sinceridad le estaba costando mucho esfuerzo -. Quiero decir, entonces, ¿no hay esperanza?

¡Con cuánta calma podía discutir sobre mi propia muerte!

- ¡No, no! -se compungió casi al momento -. ¡Por supuesto que hay esperanza! Me refiero a que..., por supuesto que no voy a... --dejó la frase en el aire. Mis ojos inflamaban las llamaradas de los suyos -. Es diferente para nosotros. En cuanto a Emmett y esos dos desconocidos con los que se cruzó... Eso sucedió hace mucho tiempo y él no era tan experto y cuidadoso como lo es ahora.

Se sumió en el silencio y me miró intensamente.

- De modo que si nos hubiéramos encontrado... en... un callejón oscuro o algo parecido... -mi voz se fue apagando.

- Necesité todo mi autocontrol para no abalanzarme sobre tu en medio de esa clase llena de niños y... -enmudeció brucamente y desvió la mirada -. Cuando pasaste a mi lado, podía haber arruinado en el acto todo lo que Carlisle ha contruido para nosotros. No hubiera sido capaz de refrenarme si no hubiera estado controlando mi sed durante los últimos... bueno, demasiado años.

Se detuvo a contemplar los árboles. Me lanzó una mirada sombría mientras los dos lo recordábamos.

- Debiste de pensar que estaba loco.

- No comprendí el motivo. ¿Cómo podías odiarme con tanta rapidez... ?

- Para mí, parecías una especie de demonio convocado directamente desde mi infierno particular para arruinarme. La fragancia procedente de tu piel... El primer día creí que me iba a trastornar. En esa única hora, ideé cien formas diferentes de engatusarte para que salieras de clase conmigo y tenerte a solas. Las rechacé todas al pensar en mi familia, en lo que podía hacerles. Tenía que huir, alejarme antes de pronunciar las palabras que te harían seguirme...

Entonces, buscó con la mirada mi rostro asombrado mientras yo intentaba asimilar sus amargos recuerdos. Debajo de sus pestañas, sus ojos dorados ardían, hipnóticos, letales.

- Y tú hubieras acudido -me aseguró.

Intenté hablar con serenidad.

- Sin duda.

Torció el gesto y me miró las manos, liberándome así de la fuerza de su mirada.

- Luego intenté cambiar la hora de mi programa en un estéril intento de evitarte y de repente ahí estabas tú, en esa oficina pequeña y caliente, y el aroma resultaba enloquecedor. Estuve a punto de tomarte en ese momento. Sólo había otra frágil humana... cuya muerte era fácil de arreglar.

Temblé a pesar de estar al sol cuando de nuevo reaparecieron mis recuerdos desde su punto de vista, sólo ahora me percataba del peligro. ¡Pobre señora Cope! Me estremecí al pensar lo cerca que había estado de ser la responsable de su muerte sin saberlo.

- No sé cómo, pero resistí. Me obligué a no esperarte ni a seguirte desde el instituto. Fuera, donde ya no te podía oler, resultó más fácil pensar con claridad y adoptar la decisión correcta. Dejé a mis hermanos cerca de casa... Estaba demasiado avergonzado para confesar mi debilidad, sólo sabían que algo iba mal... Entonces me fui directo al hospital para ver a Carlisle y decirle que me marchaba.

Lo miré fijamente, sorprendida.

- Intercambiamos nuestros coches, ya que el suyo tenía el depósito lleno y yo no quería deternerme. No me atrevía a ir a casa y enfrentarme a Esme. Ella no me hubiera dejado ir sin montarme una escenita, hubiera intentado convercerme de que no era necesario... A la mañana siguiente esyaba en Alaska -parecía avergonzado, como si estuviera admitiendo una gran cobardía -. Pasé allí dos días con unos viejos conocidos, pero sentí nostalgia de mi hogar. Detestaba saber que había defraudado a Esme y a los demás, mi familia adoptiva. Resultaba difícil creer que eras tan irresistible respirando el aire puro de las montañas. Me convencí de que había sido débil al escapar. Me había enfrentado antes a la tentación, pero no de aquella magnitud, no se acercaba ni por asomo, pero yo era fuerte, ¿y quién eras tú? ¡Una chiquilla insignificante! -de repente sonrió de oreja a oreja -. ¿Quién eras tú para echarme del lugar donde quería estar? De modo que regresé...

Miró al infinito. Yo no podía hablar.



Capítulo 13 Confesiones, libro Crepúsculo, Stephene Meyer.


Continuará...

domingo, 29 de noviembre de 2009

[ Como una droga ]


Tus besos, tu compañís, tu ser, se han echo parte de una nueva d r o g a que he tenido el placer de provar y hacerme adicta.
Necesitando de ellos cada momento del día, sintiendo necesaria una s o b r e d o s i s para calmar mi cuerpo, mi alma. Aún sin caer en la dependencia, pero con un claro futuro a ello.
Tus conversaciones fuera de lo normal, siendo una terapía necesaria de cada día, para ser capaz de olvidar todo lo que me rodea, sentirme fuera de orbita, sentir sólo la existencia de dos cuerpos sobre la tierra, sólo dos seres pensando en toda la humanidad, sólo dos personas hablando y existiendo en todo el mundo entero.
Causas electricidad en mi cuerpo, eres capaz de provocar un corto circuito en mis sentidos.
Eres el grado fuera de lo común que mi vida necesita para ser vida, eres todo aquello que causa que mi atención se mantenga lo más despierta posible, sin necesidad de parpadear para poder continuar... adormeces mi cuerpo entero, mi mente cuando así es necesario, pero la mantienes despierta cuando tambien lo es.
Eres causante de un estado de coma, a un estado de euforia... "eres la d r o g a que en sueños buscaba y no lograba encontrar".