jueves, 28 de enero de 2010

[ Un bebé que mata ]



- Matarme ahora no va a salvarla- replicó él con calma.
- ¿Y qué?
- Debes hacer algo por mí, Jacob.
- ¡Y un cuerno, parásito!
No dejó de mirarme con esos ojos enturbiados en parte por la fatiga y en parte por la locura.
- ¿Y por ella?
Apreté los dientes con fuerza.
- Hice todo lo posible por apartarla de ti. Todo. Ahora es demasiado tarde.
- Tú la conoces, Jacob. Mantienes con ella una relación a un nivel que yo ni siquiera soy capaz de comprender. Eres parte de ella y ella de ti. A mí no va a escucharme, pues piensa que la subestimo. Bella se cree lo bastante fuerte para salir airosa de esto... -el sofoco le impidió respirar. Se calmó y tragó saliva -. Puede que a ti te oiga.
- ¿Y por qué a mí sí?
Se levantó tambaleándose. Me pregunté si no se le habría aflojado algún tornillo. ¿Podían volverse majaretas los vampiros?
- Quizá -respondió tras leerme la mente -. No sé. Esa pinta tiene -meneó la cabeza -. Intento ocultarlo delante de ella, ya que la tensión le hace empeorar. No puede soportar nada tan deprimente como esto. He de mostrar compostura a fin de no hacérselo más duro. ¡Ha de escucharte!
- No puedo decirle nada que tú no le hayas dicho antes. ¿Qué quieres que haga? ¿Asegurarle que es tonta de capirote? Lo más probable es que ya lo sepa. ¿Soltarle que se va a morir? Apuesto a que eso también lo sabe.
- Puedes ofrecerle algo que ella quiere.
Cullen daba palos de ciego, iba sin brújula. ¿Eso formaba parte de su ida de olla?
- Sólo me interesa que su corazón no deje de latir -continuó, repentinamente muy centrado -. Si es un niño lo que quiere, lo tendrá; como si desea una docena. Lo que quiera, cualquiera cosa -se detuvo durante un latido de corazón -. Puede tener cachorros si es eso lo que prefiere.
Nuestras miradas se encontraron durante un momento. Bajo una fina capa de autocontrol, su rostro era l a viva imagen del terror. El ceño fruncido se me vino abajo y la boca se me abrió de sorpresa conforme empecé a asimilar el significado de sus palabras.
- ¡Pero no de esta forma! -masculló antes de que pudiera recobrarme -. No con eso que le absorbe la vida mientras yo estoy aquí, observando con impotencia cómo enferma y se consume, contemplando cómo esa cosa le hace daño -tragó una bocanada de aire a toda prisa, como si alguien le hubiera asestado un puñetazo en el estómago -. Debes hacerla entrar en razón, Jacob. Ella ya no va a escucharme. Rosalie no se aparta de su lado, y no deja de alimentar su locura, y de infundirle coraje, y de protegerla. No, no la protege, cuida del engendro. La vida de Bella no significa nada para ella.
El sonido contenido de mi garganta sugería que me estaba asfixiando.
¿Qué había insinuado, que Bella debería...? ¿El qué? ¿Tener un bebé? ¿Mío? ¿Qué? ¿Cómo? ¿Me la estaba entregando o tal vez creía que a ella no le importaba ser compartida?
- Lo que sea y como sea siempre que siga viva.
- Es la estupidez más descomunal que has dicho hasta ahora -murmuré.
- Ella te quiere.
- No lo suficiente.
- Está dispuesta a morir por tener un hijo. Quizás acepte una alternativa menos radical...
- ¿Acaso no la conoces?
- Lo sé, lo sé. Va a hacer falta una gran dosis de persuasión para convencerla; por eso te necesito. Sabes cómo piensa. Puedes hacerla entrar en razón.
No podía pensar en su sugerencia. Era excesiva. Imposible. Equivocada. Una aberración. ¿Qué proponía? ¿Tener en préstamo a Bella durante los fines de semana y luego devolverla el lunes como una peli de alquiler? ¡Menudo lío!
Y demasiado tentador.
No deseaba sopesarlo ni imaginarlo siquiera, pero las imágenes vinieron a mi mente a pesar de todo. Había tenido ese tipo de fantasías con Bella muchas veces, remontándome a la época en que aún había una posibilidad para nosotros; y luego, cuando quedó claro que ese tipo de entelequias no era posibles y sólo dejaban heridas supurantes, nada de nada. Pero hubo un tiempo en que no había sido capaz de evitarlo, y ahora tampoco logré contenerme y especular con la posibilidad de tenerla entre mis brazos, de que ella suspirara al pronunciar mi nombre...
Y lo que era peor aún, nunca antes había especulado con esta nueva imagen, una que en buena lid jamás hubiera existido para mí. Aún no. Una imagen que me iba a perseguir durante años si no me daba prisa a la hora de sofocarla en mi mente, donde ya había empezado a echar raíces como la mala hierba: venenosa e imposible de erradicar. Esa imagen mostraba a una Bella radiante y llena de vitalidad, la antítesis de su estado actual, pero con cierta semejanza; su cuerpo no estaba desfigurado, aunque había adoptado una silueta redondeada, normal en una embarazada... de mí.
Hice un esfuerzo por escapar de la venenosa semilla que había germinado en mi mente.
- ¿Hacer que Bella avenga a razones?... Pero tú ¿en qué mundo vives?
- Inténtalo al menos.
Me apresuré a negar con la cabeza. Sin embargo, él hizo caso omiso a mi respuesta y permaneció a la espera, ya que podía percibir el choque de mis pensamientos enfrentados.
- ¿De dónde sacas este rollo psíquico de mierda? ¿Te lo estás inventando todo sobre la marcha?
- No he dejado de pensar en posibles caminos para salvarla desde que me percaté de sus planes y de que estaba dispuesta a morir para realizarlos, pero no sabía cómo contactar contigo, ya que estaba seguro de que no ibas a poderte al teléfono si te llamaba. Si no hubieras venido hoy, habría tenido que ir a buscarte, pero se me hace muy difícil separarme de ella, aunque sea sólo por unos minutos. La condición de Bella... Bueno, eso está cambiando, no deja de crecer, y además muy deprisa. Ahora no puedo estar lejos de ella mucho tiempo.
- Pero ¿qué es "eso"?
- No tenemos ni idea, ninguno, pero ya es más fuerte que la madre -de pronto vi al monstruo por nacer rasgándola desde dentro para salir -. Ayúdame a detenerlo -susurró -, ayúdame a impedir que esto suceda.
- ¿Cómo? ¿Ofreciéndole mis servicios como semental? -Edward no movió una pestaña al oír mis palabras, pero yo di un respingo -. Tú estás muy mal. Ella no va a querer saber nada del tema.
- Prueba. Total, no hay nada que perder. ¿En qué puede hacer daño?
Me podía hacer daño a mí. ¿Acaso Bella no me había dado suficientes calabazas como para merecerme otra más?
- ¿Un poquito de dolor a cambio de salvarla? ¿Acaso es eso un alto precio?
- No va a funcionar.
- Tal vez no, pero quizás eso la confunda y flaquee su resolución. Todo cuanto necesito es un momento de duda.
- Y luego, en el último minuto, echarás por tierra la oferta- "Sólo era una broma, Bella".
- Si ella quiere un niño, lo tendrá. No me voy a echar atrás.
No podía creerme que estuviera considerando su proposición. Bella me atizaría otro puñetazo, de eso no tenía ni que preocuparme, aunque volvería a romperse la mano. No debería haber dejado hablar a Edward. Me había puesto la cabeza como un bombo. Tendría que haberme limitado a matarle.
- No ahora -susurró -, todavía no. Equivocado o no, eso va a acabar con ella y tú lo sabes. ¿Qué prisa hay? Tendrás tu oportunidad si ella no te escuchar. Te pediré que me mates cuando el corazón de Bella cese de latir.
- Eso no vas a tener que suplicarlo mucho.
El atisbo de una sonrisa desfigurada le curvó la comisura de los labios.
- Con eso ya contaba.
- Entonces, tenemos un trato.
Él asintió y tendió su fría y pétrea mano. Me tragué mi desagrado y alargué la mía para estrechársela. Cerré los dedos alrededor de la piedra y le di un único apretón.
- Lo tenemos -aceptó.



Fragmento Capitulo 9, libro Amanecer, Stephenie Meyer.

lunes, 18 de enero de 2010

[ Sorpresa ]



Él captó mi estado de ánimo al instante, o quizás es que ya estaba de ese humor y que sólo estaba intentando que disfrutara a tope de mi regalo de cumpleaños, como un caballero. Atrajo mi rostro contra el suyo con una repentina fiereza y un bajo gemido en la garganta. Ese sonido lanzó una corriente eléctrica a través de mi cuerpo hasta ponerme frenética, como si no pudiera acercarme a él lo suficiente ni lo bastante rápido.
Escuché como se desgarraba la tela bajo nuestras manos, y me alegré de que mis ropas, al menos, ya estuvieran destrozadas. Para las suyas fue demasiado tarde. Me pareció casi maleducado ignorar la bonita cama blanca, pero no tuvimos tiempo de llegar hasta allí.
Esta segunda luna de miel no fue como la primera.
El tiempo vivido en la isla había sido el mejor de mi vida humana, el mejor de todos. Había estado dispuesta a alargar mi vida como humana sólo para poder prolongar lo que tenía con él durante un poco más de tiempo, porque sabía que la parte física de nuestra relación no iba a volver a ser igual nunca más.
Debería haber adivinado, después de un día como éste, que iba a ser incluso mejor.
Ahora podía pareciarle de verdad, ver con propiedad cada una de las líneas de su rostro perfecto, cada ángulo y plano de su cuerpo esbelto e impecable con la precisión de mis nuevos ojos. Podía saborear también su puro y vívido olor con la lengua y sentir la increíble sedosidad de su piel marfileña bajo la sensible punta de mis dedos.
También mi piel mostraba la misma sensibilidad bajo sus manos.
Era una persona desconocida por completo la que entrelazaba su cuerpo con el mío, con una gracia infinita, en el suelo del color pálido de la arena. Sin preocupación, sin restricción alguna. Y también sin miedo, sobre todo, eso. Podíamos hacer el amor juntos, participando ambos activamente. Por fin, como iguales.
Del mismo modo que había sucedido antes con sus besos, su contacto también era ahora mucho mejor que aquel al que me había acostumbrado. Edward se había contenido tanto... No me podía creer todo lo que me había perdido.
Intenté no olvidar que era más fuerte que él, pero resultaba difícil concentrarse con esas sensaciones tan intensas que, a cada segundo, atraían mi atención en un millón de lugares distintos de mi cuerpo. Si le hice daño, él no se quejó.
Una parte muy, muy pequeña de mi mente consideró el interesante acertijo que suponía esta situación. No me iba a sentir cansada jamás, ni él tampoco. No debíamos detenernos para recuperar el aliento, descansar, comer o incluso usar el baño, puesto que no teníamos las mundanas necesidades humanas. Edward tenía el cuerpo más hermoso, más perfecto del mundo y era todo para mí. Y yo no me sentía precisamente como su pudiera llegar el momento en que se me ocurriera pensar, <>. Siempre iba a querer más y ese día no iba a acabarse jamás. Así, en una situación como está, ¿cómo ibamos a parar?
No me molestó en absoluto desconocer la respuesta.



Fragmento Capitulo 24, libro Amanecer, Stephenie Meyer.

jueves, 14 de enero de 2010

[ Comprometida ]



-Queríamos hablar contigo -comenzó Edward, muy sereno -. Tenemos algunas nuevas noticias.
La espresión de Charlie cambió en un segundo desde la amabilidad forzada a la negra sospecha.
- ¿Buenas noticias? -gruñó Charlie, mirándome a mí directamente.
- Más vale que te sientes, papá.
Él alzó una ceja y me observó con fijeza durante cinco segundos. Después se sentó haciendo ruido justo al borde del asiento abatible, con la espalda tiesa como una escoba.
- No te agobies, papá -le dije después de un momento de tenso silencio -. Todo va bien.
Edward hizo una mueca, y supé que tenía algunas objeciones a la palabra <>. Él provablemente habría usado algo más parecido a <>, <> o <>.
- Seguro que sí Bella, seguro que sí. Pero si todo es tan estupendo, entonces, ¿por qué estas sudando la gota gorda?
- No estoy sudando -le mentí.
Me eché hacia atrás ante aquel fuero ceño fruncido, pegándome a Edward, y de forma instintiva me pasé el dorso de la mano derecha por la frente para eliminar la evidencia.
- ¡Estas embarazada! -explotó Charlie -.Estas embarazada, ¿a qué sí?
Aunque la afirmación iba claramente dirigida a mí, ahora miraba con verdadera hostilidad a Edward, y habría jurado que vi su mano deslizarse hacia la pistola.
- ¡No! ¡Claro que no!
Me entraron ganas de darle un codazo a Edward en las costillas, pero sabía que tan sólo me serviría para hacerme un cardenal. ¡Ya le había dicho que la gente llegaría de manera inmediara a esa conclusión! ¿Qué otra razón podría tener una persona cuerda para casarse a los dieciocho? Su respuesta de entonces me había hecho poner los ojos en blanco. <>. Qué bien.
La cara de pocos amigos de Charlie se relajó un poco. Siempre había quedado bien claro en mi cara cuándo decía la verdad y cuándo no, por lo que en ese momento me creyó.
- Ah, vale.
- Acepto tus disculpas.
Se hizo una pausa larga. Después de un momento, me di cuenta de que todos esperaban que yo dijera algo. Alcé la mirada hacia Edward, paralizada por el pánico, pués no había forma de que me salieran las palabras.
Él me sonrió, después cuadró los hombros y se volvió hacia mi padre.
- Charlie, me doy cuenta de que no he hecho esto de la manera apropiada. Según la tradición, tendría que haber hablado antes contigo. No sedeo que esto sea una falta de respeto, pero cuando Bella me dijo que sí, no quise disminuir el valor de su elección; así que en vez de pedirte su mano, te solicito tu bendición. Nos vamos a casar, Charlie. La amo más que a nada en el mundo, más que a mi propia vida, y, por algún extraño milagro, ella también me ama a mí del mismo modo. ¿Nos darás tu bendición?
Sonaba tan seguro, tan tranquilo. Durante sólo un instante, al escuchar la absoluta confianza que destilaba su voz, experimenté una extraña intuición. Pude ver, aunque fuera de forma muy fugaz, el modo en que él comprendía el mundo. Durante el tiempo que dura un latido, todo encajó y adquirió sentido por completo.



Fragmento Capitulo 1, libro Amanecer, Stephenie Meyer.

miércoles, 13 de enero de 2010

[ Razones ]



- Vais mucho más en serio de lo que pensaba -continuó ella.
Fruncí el ceño, revisando con rapidez en mi mente los dos últimos días. Edward y yo apenas nos habíamos tocado, al menos delante de ella. Me pregunté si Reneé también me iba a soltar un sermón sobre la responsabilidad. No me importaba que fuera del mismo modo que con Charlie, porque no me avergonzaba hablar del tema con mi madre. Después de todo, había sido yo la que le había soltado a ella el mismo sermón una y otra vez durante los últimos diez años.
- Hay algo... extraño en como estáis juntos -murmuró ella, con la frente fruncida sobre sus ojos preocupados -. Te mira de una manera... tan... protectora. es como si estuviera dispuesto a interponerse delante de una bala para salvarte o algo parecido.
Me reí, aunque aún no me sentía capaz de enfrentarme a su mirada.
- ¿Y eso es algo malo?
- No -ella volvió a fruncir el ceño mientras luchaba para encontrar las palabras apropiadas -. Simplemente es diferente. Él siente algo muy intenso por ti... y muy delicado. Me da la imprensión de no comprender del todo vuestra relación. Es como si me perdiera algún secreto.
- Creo que estás imaginando cosas, mamá -respondí con rapidez, luchando por hablarle con total naturalidad a pesar de que se me había revuelto es estómago. Había olvidado cuántas cosas era capaz de ver mi madre. Había algo en su comprensión sencilla del mundo que prescindía de todo lo accesrio para ir directa a la verdad. Antes, esto no había sido nunca un problema.
Hasta ahora, no había existido jamás un secreto que no pudiera contarle.
- Y no es sólo él -apretó los labios en un ademán defensivo -. Me gustaría que viera la manera en que te mueves a su alrededor.
- ¿Qué quieres decir?
- La manera en que andas, como si él fuera el centro del mundo para ti y ni siquiera te dieras cuenta. Cuando él se desplaza, aunque sea sólo un poco, tú ajustas automáticamente tu posición a la suya. Es como si fuerais imanes, o la fuerza de la gravedad. Eres su satélite... o algo así. Nunca había visto nada igual.
Cerró la boca y miró hacia el suelo.



Fragmento Capitulo 3, libro Eclipse, Stephenie Meyer.
Cuánto me hubiera gustado que en su momento
alguién me hubiese dicho con las mismas
palabras que hizo Reneé con Bella, lo que veía
en mi entorno a mi propio Edward.
Tal vez así, yo hubiera actuado como Bella,
y hubiese echo algo para que las cosas cambiaran:
"Eres su satélite..."

[ Enamorada, también ]



Con un jadeo salvaje, volvió su boca contra la mía, con los dedos clavados frenéticamente en la piel de mi cintura.
El remalazo de ira desequilibró mi capacidad de autocontrol; su respuesta extática, inesperada, me sobrepasó por completo. Si sólo hubiera sido cuestión de orgullo habría sido capaz de resistirme, pero la profunda vulnerabilidad de su repentina alegría rompió mi determinación, me desarmó. Mi mente se desconectó de mi cuerpo y le devolví el beso. Contra toda razón, mis labios se movieron con los suyos de un modo extraño, confuso, como jamás se habían movido antes, porque no tenía que ser cuidadosa con Jacob y desde luego, él no lo estaba siendo conmigo.
Mis dedos se afianzaron en su pelo, pero ahora para acercarlo a mí.
Lo sentía por todas partes. La luz incisiva del sol había vuelto mis párpados rojos, y el calor iba bien con el calor. Había ardor por doquier. No podía ver ni sentir nada que no fuera Jacob.
La pequeñísima parte de mi cerebro que conservaba la cordura empezó a hacer preguntas.
¿Por qué no detenía aquello? Pero aún, ¿por qué ni siquiera encontraba en mí misma el deseo de detenerlo? ¿Qué significaba el que no quisiera que Jacob parara? ¿Por qué mis manos, que colgaban de sus hombros, se deleitaban en lo amplios y fuertes que eran? ¿Por qué no sentía sus manos lo bastante cerca a pesar de que me aplastaban contra su cuerpo?
Las preguntas resultaban estúpidas, porque yo sabía la verdad: había estado mintiéndome a mí misma.
Jacob tenía razón. Había tenido razón todo el tiempo. Era más que un amigo para mí. Ése era el motivo porque el que me resultaba tan difícil decirle adiós, porque estaba enamorada de él. También. Le amaba mucho más de lo que debía, pero a pesar de todo, no lo suficiente. Estaba enamorada, pero no tanto como para cambiar las cosas, sólo lo suficiente para hacernos aún más daño. Para hacerle mucho más daño del que ya le había hecho con anterioridad.
No me preocupé por nada más que no fuera su dolor. Yo me merecía cualquier pena que esto me causara. Esperaba además que fuera mucha. Esperaba sufrir de verdad.
En este momento, parecía como si nos hubiéramos convertido en una sola persona. Su dolor siempre había sido y siempre sería el mío y también su alegría ahora era mi alegría. Y sentía esa alegría, pero también que su felicidad era, de algún modo, dolor. Casi tangible, quemaba mi piel como si fuera ácido, una lenta tortura.
Por un larguísimo segundo, que parecía no acabarse nunca, un camino totalmente diferente se extendió ante los párpados de mis ojos colmados de lágrimas. Parecía que estuviera mirando a través del filtro de los pensamientos de Jacob, vi con exactitud lo que iba a abandonar, lo que este nuevo descubrimiento no me salvaría de perder. Pude ver a Charlie y Reneé mezclados en un extraño collage con Billy y Sam en La Push. Pude ver el paso de los años y su significado, ya que el tiempo me hacía cambiar. Pude ver el enorme lobo cobrizo que amaba, siempre alzándose protector cuando lo necesitaba. En el más infinitesimal fragmento de ese segundo, vi las cabezas inclinadas de dos niños pequeños, de pelo negro, huyendo de mí en el bosque que me era tan familiar. Cuando desaparecieron, se llevaron el resto de la visión con ellos.



Fragmento Capitulo 22, libro Eclipse, Stephenie Meyer.

Este capítulo, en particular este trozo del texto, me saco de quicio,
no podía soportar mientras leía que Bella le pudiese estar haciendo
algo así a Edward, encontrarse enamorada del Hombre Lobo,
que locura más grande, llegar a imaginar tanto con el sólo besarlo,
prácticamente, entregarse a él, dudar por un momento de la decisión
que estaba tomando sobre su futuro, sobre su eternidad junto
a Edward como un ser inmortal, como un ser perfecto,
más hermoso que cualquier existente, en reemplazo de una vida mortal,
seguir siendo la misma Isabella Swan, con un corto futuro junto a un perro
como marido, que rabia más grande.
Querer en ese momento ser Bella, para no cometer ese error
de sentirme enamorada de Jake, si no más bien,
continuar jurándole amor eterno al maravilloso
Edward Cullen.

martes, 12 de enero de 2010

[ Hielo y Fuego ]



Edward rugió, pero Jacob ni siquiera se volvió a mirarle. En lugar de eso, se acuclilló a mi lado y empezó a abrir la cremallera de mi saco de dormir.
La mano blanca de Edward aprisionó de repende el hombro de Jacob, sujetándole, blanco níveo contra piel oscura.. La mandíbula de Jacob se cerró con un golpe audible, se le dilataron las aletas de la nariz y su cuerpo rehuyó el frío contacto. Los largos músculos de sus brazos se flexionaron automáticamente en respuesta.
- Quítame las manos de encima -gruñó entre dientes.
- Pues quítaselas tú a ella -respondió Edward con tono de odio.
- Nnnnooo luuuchéis -supliqué. Me sacudió otro estremecimiento. Parecía que se me iban a partir los dientes de lo fuerte que chocaban unos contra otros.
- Estoy seguro de que ella te agradecerá esto cuando los dedos se le pongan negros y se le caigan -repuso Jacob con brusquedad.
Edward dudó, pero al final soltó a su rival y regresó a su posición en la esquina.
- Cuida lo que haces -advirtió con voz fría y aterradora.
Jacob se rió entre dientes.
- Hazme un sitio, Bella -dijo mientras bajaba un poco más la cremallera.
Le miré indignada. Ahora entendía la virullenta reacción de Edward.
- N-n-n-no -intenté protestar.
- No seas estúpida -repuso, exasperado -. ¿Es que quieres dejar de tener diez dedos?
Embutió su cuerpo a la fuerza en e l pequeño espacio disponible, forzando la cremallera a cerrarse a su espalda.
Y entonces tuve que cejar en mis objeciones, no tenía ganas de soltar ni una más. Estaba muy calentito. Me rodeó con sus brazos y me apretó contra su pecho desnudo de manera cómoda y acogedora y me apretó contra su pecho desnudo de manera cómoda y acogedora. El calor era irresistible, como el aire cuando has pasado sumergido demasiado tiempo. Se encogió cuando apreté con avidez mis dedos helados contra su piel.
- Ay, Bella, me estás congelando -se quejó.
- Lo ssssiento -tartamudeé
- Intenta relajarte -me sugirió mientras otro estremecimiento me atravesaba con violencia -. Te caldearás en un minuto. Aunque claro, te calentarías mucho antes si te quitaras la ropa.
Edward gruñó pronto.
- Era sólo un hecho constatable -se defendió Jacob -. Cuestión de mera supervivencia, nada más.
- Ca-calla ya, Ja-jake -repuse enfadada, aunque mi cuerpo no hizo amago de apartarse de él -. Nnnnadie nnnnecesssita todos los de-dedddos.
- No te preocupes por el chupasangres- sugirió Jacob, pagado de sí mismo -. Únicamente está celoso.
- Claro que lo estoy -intervino Edward, cuya voz se había vuelto de nuevo de terciopelo, controlada, un murmullo musical en la oscuridad -. No tienes la más ligera idea de cuánto desearía hacer lo que estás haciendo por ella, chucho.
- Así son las cosas en la vida -comentó Jacob en tono ligero, aunque después se tornó amargo -. Al menos sabes que ella querría que fueras tú.
- Cierto -admitió Edward.
Los temblores fueron amainados y se volvieron soportables mientras ellos discutían.
- Ya -exclamó Jacob, encantado -. ¿Te sientes mejor?
Al fin pude articular con claridad.
- Sí.
- Todavía tienes los labios azules -reflexionó Jacob -. ¿Quieres que te los caliente también? Sólo tienes que pedirlo.
Edward suspiró profundamente.
- Compórtate -le susurré, apretando la cara contra su hombro.
Se encogió de nuevo cuando mi piel fría entró en contacto con la suya y yo sonreía con una cierta satisfacción vengativa.
Ya me había templado y me hallaba cómoda dentro del saco de dormir. El cuerpo de Jacob parecía irradiar calor desde todos lados, quizá también porque había metido en el interior del saco su enorme corpachón. Me quité las botas en dos tirones y presioné los dedos de los pies sobre sus piernas. Dio un respongon, pero después ladeó la cabeza para apretar su mejilla cálida contra mi oreja entumecida.



Fragmento Capitulo 21, libro Eclipse, Stephenie Meyer.

lunes, 11 de enero de 2010

[ Angustía ]




Siento la necesidad de llorar, de tirarme en la cama, y no parar de llorar, desconsoladamente, en mi Ipod, sonando simultáneamente Bella's Lullaby, como una verdadera tortura masoquista aceptada por mí.

Queriendo desterrar de mis recuerdos, hasta los más fríos y sorbidos que pudiesen existir, aquellos que solamente me causaron hasta el más profundo dolor, con el fin de relucirlos ante mí, para que el llanto tenga algún sentido, para responderme que el llanto se debe a todos los malos momentos vividos que causaron una quebrazon casi irreparable en mi corazón.

Sería más fácil sólo librar mi llanto, sin tener que darme motivos del porqué, pero aún así, lloraría teniendo presente aquellos malos recuerdos, para que el llanto sea mucho más fuerte y duradero, acumular en mi retina, todos aquellos duros momentos, todos los existentes, para que así mi desahogo fuera desbordador y doloroso, desgarrador hasta el punto de quedar exhausta tendida en mi cama, abrigada, estrechando entre mis brazos como es de costumbre cada noche que intento dormir, abrazando fuertemente tu corazón contra mi pecho, como si ese acto, calmara hasta las noches más interminables.

[ Cordura ]



Me rodeó con sus brazos helados y puso los labios al lado de mi oreja; su respiración gélida me hizo estremecer.
- Esta sensación es insoportable. Hay tantas cosas que he querido darte... Y tú decides pedirme precisamente esto. ¿Tienes idea de lo doloroso que me resulta negarme cuando me lo suplicas de esta forma?
- Entonces, no te niegues -le dije, sin aliento.
No me respondió.
- Por favor -lo intenté de nuevo.
- Bella...
Movió la cabeza a los lados, pero esta vez tuve la impresión de que el lento deslizar de su cara y sus labios sobre mi garganta no era una negación. Más bien parecía una rendición. Mi corazón, que ya latía deprisa, adquirió un ritmo frenético.
De nuevo aproveché la ventaja como pude. Cuando volvió su rostro hacia el mío en aquel ademán lento y vacilante, me retorcí entre sus brazos y busqué sus labios. Él me agarró la cara entre las manos, y creí que me apartaría una vez más.
Pero me equivocaba.
Su boca ya no era tierna; el movimiento de sus labios transmitía una sensación por completa nueva, de conflicto y desesperación. Entrelacé los dedos detrás de su cuello y sentí su cuerpo más gélido que nunca contra mi piel, que de pronto parecía arder. Me estremecí, pero no era a causa del frío.
Edward no paraba de besarme. Fui yo quien tuvo que apartarse para respirar, pero ni siquiera entonces sus labios se separaron de mi piel, sino que se deslizaron hacia mi garganta. La emoción de la victoria fue un extraño clímax que me hizo sentir poderosa y valiente. Mis manos ya no temblaban; mis dedos soltaron con facilidad los botones de su camisa y recorrieron las líneas perfectas de su pecho de hielo. Edward era tan hermoso... ¿Qué palabra acaba de utilizar él? Insoportable. Sí, su belleza era tan intensa que resultaba casi insoportable.
Dirigí su boca hacia la mía; parecía tan encendido como yo. Una de sus manos seguía acariciando mi cara, mientras la otra me aferraba la cintura y me apretaba contra él. Eso me ponía un poco más difícil llegar a los botones mi blusa, pero no imposible.
Unas frías esposas de acero apresaron mis muñecas y levantaron mis manos por encima de la cabeza, que de pronto estaba apoyada sobre una almohada.
Sus labios volvían a estar junto a mi oreja.
- Bella -murmuró, con voz cálida y aterciopelada -. Por favor, ¿te importaría dejar de desnudarte?
- ¿Quieres hacerlo tú? -pregunté, confusa.
- Esta noche no -respondió con dulzura.
Ahora sus labios recorrían más despacio mi mejilla y mi mandíbula. La urgencia se había desvanecido.



Fragmento Capitulo 20, libro Eclipse, Stephenie Meyer.

Mientras leía esto, sentía la ancia de poseer el papel de Bella,
intercambiar personajes, y así poder sentir cada uno de los dulces
besos que Edward le entregaba perdiendo la cordura por un momento.

domingo, 10 de enero de 2010

[ Negación ]



- Te quiero a ti -balbuceé de forma casi inteligible.
- Sabes que soy tuyo -sonrió, sin comprender aún, e intentó retener mi mirada cuando volví a desviarla.
Respiré hondo y me puse de rodillas sobre la cama. Luego le rodeé el cuello con los brazos y le besé.
Me devolvió el beso, desconcertado, pero de buena ganas. Sentí sus labios tiernos contra los míos, y me di cuenta de que tenía la cabeza en otra parte, de que estaba intentando adivinar qué pasaba por la mía. Decidí que necesitaba una pista.
Solté mis manos de su nuca y con dedos trémulos le recorrí el cuello hasta llegar a las solapas de su camisa. Aquel temblor no me ayudaba demasiado, ya que tenía que darme prisa y desabrocharle los botones antes de que él me detuviera.
Sus labios se congelaron, y casi pude escuchar el chasquido de un interruptor en su cabeza cuando por fin relacionó mis palabras con mis actos.
Me apartó de inmediato con un gesto de desaprobación.
- Se razonable, Bella.
- Me los has prometido. Lo que yo quiera -le recordé, sin ninguna esperanza.
- No vamos a discutir sobre eso.
Se quedó mirándome mientras se volvía a abrochar los dos botones que había conseguido soltarle.
Rechiné los dientes.
- Pues yo digo que sí vamos a discutirlo -repuse. Me llevé las manos a la blusa y de un tirón abrí el botón de arriba.
Me agarró las muñecas y me las sujetó a ambos lados del cuerpo.
- Y yo te digo que no -refutó, tajante.
Nos miramos con ira.




Fragmento Capitulo 20 Compromiso, libro Eclipse, Stephenie Meyer.

[ Me estremecí ]



Mis labios buscaron a tientas los suyos por la garganta y el mentón hasta alcanzar al fin su objetivo.
Me besó con dulzura durante unos segundos y luego rió entre dientes.
- Venía preparado para soportar una ira que empequeñecería a la de los osos pardos, y ¿con qué me encuentro? Debería hacerte rabiar más a menudo.
- Dame un minuto a que me prepare -bromeé mientras le besaba de nuevo.
- Esperaré todo lo que quieras -susurraron sus labios mientras rozaban los míos y hundía sus dedos en mi cabello.
Mi respiración se fue haciendo cada vez más irregular.
- Quizá por la mañana.
- Lo que tú digas.
- Bienvenido a casa -le dije mientras sus fríos labios me besaban debajo de la mandíbula -. Me alegra que hayas vuelto.
- Eso es estupendo.
- Um -coincidí mientras apretaba los brazos alrededor de su cuello.
Su mano descubrió una curva alrededor de mi codo y descendió despacio por mi brazo y las costillas para luego recorrer mi cintura y avanzar por mi pierna hasta la rodilla, donde se detuvo, y enroscó la mano entorno a mi pantorrilla.
Contuve el aliento. Edward jamás se permitía llegar tan lejos. A pesar de la gélidez de sus manos, me sentí repentinamente acalorada. Su boca se acercó al hueco de la base de mi cuello.
- No es por atraer tu cólera antes de tiempo -murmuró -, pero ¿te importaría decirme qué tiene de malo esta cama para que la rechaces?
Antes de que pudiera responder, antes incluso de que fuera capaz de concentrarme lo suficiente para encontrarle sentido a sus palabras, Edward rodó hacia un lado y me puso encima de él. Sostuvo mi rostro con las manos y lo orientó hacia arriba de modo que mi cuello quedara al alcance de su boca. Mi respiración aumentó de volumen de un modo casi embarazoso, pero no me preocupaba avergonzarme.
- ¿Qué le pasa a la cama? -volvió a preguntar -. Me parece estupenda.
- Es innecesaria -me las arreglé para contestar.
Mis labios perfilaron el contorno de su boca antes de que retirase mis rostro del suyo y rodara sobre sí mismo, esta vez más despacio, para luego cernerse sobre sí mí, y lo hizo con cuidado para evitar que yo no tuviera que soportar ni un gramo de su frío cuerpo marmóreo contra el mío. El corazón me latía con tal fuerza que apenas oí su amortiguada risa.
- Eso es una cuestión discutible -discrepó -. Sería difícil hacer esto encima de un sofá.
Recorrió el reborde de mis labios con su lengua, fría como el hielo.
La cabeza me daba vueltas y mi respiración se volvía entrecortada y poco profunda.
- ¿Has cambiado de idea? -pregunté jadeando.
Tal vez había considerado todas sus medidas de precaución. Quizás aquella cama tenías más significados de los que yo había supuesto. El corazón me dolía con cada palpitación mientras aguardaba su réplica.
Edward suspiró al tiempo que giraba sobre un lado; los dos nos quedamos descansando sobre nuestros costados.
- No seas ridícula, Bella -repuso con fuerte tono de desaprobación. Era obvio que había comprendido a qué me refería -. Sólo intentaba ilustraste acerca de los beneficios de una cama que tan poco parece gustarte. No te dejes llevar.
- Demasiado tarde -murmuré -, y me encanta la cama -agregué.
- Bien -distinguí una nota de alegría mientras me besaba la frente -. También a mí.
- Pero me parece innecesaria -proseguí -. ¿Qué sentido tiene si no vamos a llegar hasta el final?
Suspiró de nuevo.
- Por enésima vez, Bella, es demasiado arriesgado.
- Me gusta el peligro -insistí.
- Lo sé.




Fragmento Capítulo 8 Genio, libro Eclipse, Stephenie Meyer.
Este fragmento de este capítulo, me encanto, me dejo completamente
histérica y absolutamente atenta, y cada vez más amo a Edward Cullen.

jueves, 7 de enero de 2010

[ Tan real ]



Volviendo los tiempos de fantasía, comenzando con el sueño tan real que tuve, creyendo que volvías a pedir perdón y a suplicar tu regreso... un simple sueño que parecía tan extraordinariamente real.

Cada detalle, cada facción de su rostro, el sonido de su voz, aquella sonrisa que me cautivaba, ese brillo hermoso de sus ojos al mirar los mios tan atentamente, absolutamente todo completamente real... delire por un momento al despertar creyendo muy segura que todo lo recientemente vivido en el sueño, no era sino algo que en verdad había sucedido la noche anterior antes de dormir.

Era su voz pidiendo perdón, eran sus manos entrelazándose con las mías, jugando con ellas, e intentando reconocerlas por todas las características encontradas en tiempos aquellos que sus manos eran cálidas, y ahora congelaban a las mías.

Sentir el llanto al borde de mis ojos, no querer cerrarlos para no delatar mi dolor tan intenso que me había cobijado desde el momento de su partida. Ver en su rostro el daño causado por el remordimiento del tiempo pasado, ver la culpa tras sus ojos, y leer en ellos el suplico por querer regresar y aceptar su perdón, su dolencia en el corazón aflorando a cada momento más fuerte e insistentemente por demostrar que no sólo mi corazón se encontraba cansado de llorar su partida, sino que a su vez el de él también se encontraba cansado por haber soportado un embrujo repentino que le nublo la razón si dejar decidir por su voluntad, alejándolo del amor verdadero, yo.

Todas sus palabras, las oía tan cerca, como un susurro en mi oído, con tanta nitidez, y a su vez como un suplica.

Sentir su aroma, que cautivaba mis sentidos y me hacía perder la razón inclusive cuando ya se había marchado.

Lo más doloroso fue perdonarlo, y sentirme envuelta por sus brazos una vez más, sentir sus lágrimas correr por mi cuerpo y sus labios detenerse una y mil veces en los míos, presionando con fuerza y descontrol, saliendo de su boca atolondradamente con un tono desesperadamente feliz y dolido un Te Amo, que jamás deje de perder la esperanza de que esa palabra en verdad la sentía. Decirle que todo estaría bien, que mi amor se hacía más grande ahora que podía tenerlo nuevamente cobijando mi cuerpo junto al suyo.

Desperté entre sollozos entrecortados, intentando entender que era lo que había vivido, no me convencía a aceptar que había sido sólo un sueño, no podía ser esa la realidad de todas esas emociones, de haberlo sentido tan verdaderamente real, tenía que existir otra explicación, más que fuera una transmutación mental.